La alimentación humana ha experimentado transformaciones constantes a lo largo de la historia, adaptándose a los recursos disponibles en cada época. El inicio de la reflexión sobre la nutrición se remonta a la era hipocrática con la «teoría de los cuatro humores». Hipócrates, considerado el «padre de la medicina», fue uno de los primeros en destacar la importancia de la alimentación en la salud, afirmando: «Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento». Esta idea ha perdurado hasta nuestros días, subrayando el papel fundamental que la nutrición juega en el bienestar humano.
A mediados del siglo XIX, el filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach reforzó esta idea en su obra «Enseñanza de la alimentación», con la conocida frase: «El hombre es lo que come». Más tarde, los avances científicos y las investigaciones de figuras como Catherine Kousmine completaron esta perspectiva al señalar: «Somos lo que comemos, y no hay enfermedad crónica sin una intoxicación previa de los intestinos», destacando la importancia de mantener un microbiota intestinal saludable, un ecosistema de bacterias clave para la salud digestiva.
Tras la Segunda Guerra Mundial, se observó que los países más ricos no necesariamente gozaban de mejor salud. Los patrones alimentarios, como el consumo excesivo de ácidos grasos saturados, la baja ingesta de fibra y el alto consumo de azúcares, comenzaron a asociarse con enfermedades crónicas. Estudios realizados a mediados del siglo XX en Estados Unidos sobre la epidemia de cardiopatía isquémica revelaron factores como el consumo elevado de grasas, la falta de actividad física y la obesidad como desencadenantes clave.
En la década de 1980 surgió la epidemiología nutricional, seguida por el desarrollo de las técnicas moleculares «ómicas». En 1991, Kazarinoff y Habicht, a través del American Institute of Nutrition, identificaron tres áreas interrelacionadas de la nutrición: la química, la biológica y la social, promoviendo una visión más integradora de la ciencia, en la que la nutrición desempeñaba un papel central.
En España, la investigación sobre alimentación y salud se ha centrado en áreas biomédicas como la nutrigenómica, con un enfoque en la biología molecular. A pesar de los avances, la aplicación de estos conocimientos, como en el caso de la obesidad, aún enfrenta retos. Aunque se han identificado varios genes relacionados con esta enfermedad, combatirla implica abordar también los cambios ambientales.
Las líneas de investigación futuras en nutrición se centran en la nutrigenómica, la hidratación y la transición nutricional. En España, esta transición está marcada por dos patrones alimentarios principales: la dieta mediterránea y, en el norte, la dieta atlántica. La ciencia de la hidratación también está cobrando importancia, con nuevas áreas de investigación como los biomarcadores de deshidratación, el balance hídrico en personas obesas y las enfermedades que podrían prevenirse mediante una mejor hidratación.
Una de las herramientas más poderosas para conservar la salud y prevenir enfermedades es una alimentación saludable. Por ello, es fundamental desarrollar programas de educación nutricional y promover dietas equilibradas, variadas y adaptadas a las necesidades individuales. Los nutrientes esenciales deben ser consumidos en las cantidades adecuadas, evitando tanto excesos como deficiencias, ya que el buen funcionamiento del organismo depende de ellos.
En el ámbito de la nutrigenética, las evidencias científicas son cada vez más claras: tanto la dieta mediterránea como la atlántica son patrones alimentarios efectivos para la prevención de enfermedades crónicas. Estos modelos se basan en el consumo regular de frutas y verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos, pescado, carnes blancas, lácteos fermentados y aceite de oliva, pudiendo incluir un consumo moderado de carnes rojas, dependiendo de la región.
Entre las dietas emergentes destaca la dieta atlántica, rica en alimentos nutritivos como grelos, pulpo, ajo, pimientos, lácteos y carnes con denominación de origen protegida (DOP) e indicación geográfica protegida (IGP) de Galicia. Además, Galicia es la comunidad autónoma con mayor consumo per cápita de alimentos frescos y la que menos productos procesados consume. El alto número de huertas de autoconsumo, que representa el 20% de la producción mundial, es una prueba de la importancia de los alimentos frescos en la región, con Ourense a la cabeza.
La dieta atlántica, al estar basada en productos frescos y locales, se asocia con propiedades anticancerígenas, cardiovasculares y normoglucemiantes, convirtiéndose en un modelo a seguir para una vida saludable.